"...Debido a los millones de incas eliminados en los andes, el cóndor decide llevar el luto en todas sus plumas, y reserva el color blanco para el cuello. Mientras tanto, a un millar de kilómetros la monita maquisapa se balancea de rama en rama favorecida por sus largos brazos. Coincide con el cóndor en la preferencia por el negro.
Una mañana de junio, en las alturas de Aucará, increíblemente el cóndor temblaba de frío. ¡Cuánto hubiera deseado abrigarse con gatos afiebrados! Sus plumas negras estaban salpicadas de nieve. Ya no podía soportar y, peor, ¡no tenía ni dientes para tiritar! La gran ave flexionó sus patas y corrió hacia el precipicio. Al caer extendió sus alas y las batió, no era tan tontín para suicidarse. Fue en búsqueda de la zona cálida de Perusalem, de la que su querido viejo le había hablado:
___Santi, si alguna vez no soportas el frío, vuela, vuela hacia el norte durante dos días y luego gira a la derecha veinte millas. Te gustará el lugar.
Su llegada a la selva causó sensación entre los otros plumíferos que allí sudaban. El gallito de las rocas y dos papagayos le decían en trío:
___Amiguito, en el calor no cae vestir de negrito, ja ja ja ___y se burlaban mientras la maquisapa le tiraba cáscaras de plátano.
El cóndor no se amilanó ante las cáscaras, tampoco podía cambiar de atuendo. Planificaba una estrategia para ganarlos como amigos, y, por cierto, descartó volver a la zona del frío. Su vuelo sorprendía a la maquisapa y dejaba embarrados de envidia a los papagayos. La monita supo que, amistándose con el visitante, podía ser llevada en la espalda al otro lado del Amazonas, donde estaba el Pueblo del Río y abundaban las frutas.
La sachavaca, al conocer este paseo aéreo e “impropio”, le sembró desconfianza a su gran amiga la maquisapa. Ambas compartían elementos en común: la maquisapa le proveía de frutas frescas que arrancaba de los árboles altos, y la sachavaca le concedía en su regazo un sueño protegido de las fieras.
Empezó a intensificarse el recelo en todos los animales, mientras el cóndor refrescaba la esperanza de hacerlos sus amigos. Con su férreo pico y sus garras desprendía las ramas y se libraba de las hojas ante la mofa de los papagayos.
___Joven, qué se supone que eres, ¿un carpintero en luto?, ja ja ja.
___Ya verán… y luego no reirán ___decía el cóndor con amabilidad..."
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